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JESUS, LA LEY Y EL DIVORCIO
Walter L. Callison
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Las personas que se han divorciado y se han vuelto a casar ¿están
viviendo en adulterio?
El divorcio y un nuevo casamiento son temas de mucho debate. El
propósito de este artículo es invitar al lector a reconsiderar la actitud de la iglesia
frente a los divorciados y a un nuevo matrimonio.
Pues la Ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad
vinieron por medio de Jesucristo (Juan 1:17). ¿Han recibido gracia quienes
están sufriendo de una tragedia matrimonial, al menos la gracia descrita en la
Ley del Antiguo Testamento? Afirmamos con toda seguridad que la gracia y la
verdad vinieron por Jesucristo. Entonces ¿cómo llega esta gracia a quienes han
sufrido la tragedia de un fracaso matrimonial y un subsiguiente divorcio?
Jesús hizo más que enseñar con palabras. También enseñó con su vida.
Compartió nuevas ideas con sus seguidores, tales como rechazar el antiguo
adagio "ojo por ojo y diente por diente", enfatizando el amor más allá de los
suyos, redimiendo a la mujer del estado de "cosa" y reconociéndola como
persona. Sin embargo, enseñó respeto por la antigua Ley Judía.
Cuando estudiamos lo que él dijo acerca del divorcio, debemos también
estudiar la vida que él vivió entre los de matrimonio rotos, así como lo que
enseñó sobre la Ley judaica, especialmente sobre la Ley del Divorcio.
Entonces, qué hacemos con sus palabras: "Todo aquel que repudia a su
mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del
marido adultera" (Lucas 16:18). Podríamos incluso imitar la naturaleza
compasiva y misericordiosa de Cristo, que envió a la mujer del pozo a Samaria
para ser su testigo. Pero ¿están sus palabras negando sus acciones? ¿Acaso la
gente divorciada y vuelta a casar está viviendo en adulterio? ¿Están impedidos
de servir a Cristo?
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Walter L. Callison,Divorce, the Law and Jesus”, Yales Center, Kansas; Your Church,
May/June, 1986. Traducido por Esly R. Carvalho, con autorización del autor, y revisado por
Jorge E. Maldonado.
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También debemos oír las palabras del Apóstol Pablo: “Pero es necesario
que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer” (1 Timoteo 3:2). ¿Está
incluyendo a alguno que se ha divorciado y casado nuevamente?
Lucas hace apenas un comentario previo y muy conciso: “Pero más fácil
es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley. Todo el que
repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la
repudiada del marido, adultera(Lucas 16: 17-18). Es un comentario muy
oportuno. Jesús dejó claro que el Antiguo Testamento tiene algo significativo que
decir: ¡que existe una Ley¡ Cuando fue preguntado por los fariseos "si era lícito al
marido repudiar a su mujer", Jesús respondió: "¿Qué os mandó Moisés?" Ellos
dijeron: “Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiarla" (Marcos 10:3-4). ¡Hay
una ley!
La ley se encuentra en Deuteronomio 24:1-4 y Flavio Josephus
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se refirió a
ella como la "Ley de los Judíos". La parafraseó así: "Aquel que desea divorciarse
de su esposa por cualquier razón, permítale tener por escrito la promesa que no
volverá a tomar nunca aquella mujer; por lo tanto ella quedará en libertad de
casarse con otro. Sin embargo antes de que esta carta de divorcio le sea dada,
no se le permitirá todavía casarse... " (Antigüedades de los Judíos, Libro IV, Cap.
VIII, Sec. 23, tr. Wm. Whiston; Holt, Rinehart, and Winston, NY).
Aquí está la ley, en Deuteronomio: "Cuando alguno tomare mujer y se
casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa
indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la
despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre"
(Deuteronomio 24:1-2).
La Ley estaba vigente en el tiempo de Cristo. Así que debemos trabajar
con los detalles de esa Ley.
La Biblia registra sólo un divorcio. En Jeremías 3, Dios le recuerda a Judá
que se está metiendo en problemas. Israel había sido ya tomada cautiva. Dios le
dice a Jeremías que prevenga a Judá, como testigo de la infidelidad de su
hermana Israel, que Dios la había despedido y dado carta de divorcio, y aún así
no se arrepintió (Jeremías 3:6-8).
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Flavio Josefo (37/38 - 101) fue un historiador judío, fariseo, descendiente de familia de
sacerdotes. Fue uno de los caudillos de la rebelión de los judíos contra los romanos. Hecho
prisionero y trasladado a Roma, llegó a ser favorito de la familia imperial. En Roma escribió, en
griego, sus obras más conocidas: La Guerra de los Judíos, Antigüedades de los Judíos y
Contra Apión. Fue considerado traidor y odiado por los judíos.
Su obra fue preservada por los
romanos y los cristianos. (Wikipedia)
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Divorcio y Repudio
Hubo otras cosas que los hombres de la antigüedad hacían con sus
esposas. Muchos tuvieron más de una mujer y ni pensaron siquiera en el
divorcio. Algunos fueron siervos de Dios: Abraham y Jacob, David y Salomón,
por ejemplo, héroes de la fe, pero también producto de sus culturas.
Si no se divorciaban, ¿qué hacía un hombre en aquella época con su
esposa cuando tomaba otra? Simplemente la ponía de lado. Hay en el Antiguo
Testamento una palabra hebrea para ello: shalach. Es diferente a la palabra
hebrea para divorcio: keriythuwth, que significa literalmente ruptura, o corte del
vínculo matrimonial (usada en Jeremías 3:8). El divorcio legal consistía en un
documento escrito, como lo pedía Deuteronomio 24, lo que permitía el nuevo
matrimonio. Shalach es normalmente traducido como "repudio". Las mujeres
eran "repudiadas" cuando sus maridos tomaban otra mujer, repudiadas para
estar disponibles si las necesitaba, repudiadas como una simple propiedad,
como esclavas, en total desamparo. Fueron días crueles para las mujeres. Ellas
eran "repudiadas" para favorecer a otra, pero no se les daba la carta de divorcio
y, consecuentemente, tampoco el derecho de casarse nuevamente. Esta palabra
describe una tradición cruel y común, pero contraria a la Ley Judía.
Algunas de las injusticias y el terror experimentado por mujeres que fueron
"repudiadas" puede verse en el Langenscheid Pocket Hebrew Dictionary
(McGraw-Hill, 1969) que describe shalach como: “quedar suelta, rodando sola,
asustada, abandonada, olvidada”.
J. B. Philips, en su libro de meditaciones For This Day (Word, 1975)
escribe:
"La fe cristiana echó raíces y floreció en una atmósfera totalmente pagana,
en donde la crueldad y la inmoralidad sexual eran tomadas como
normales, en donde la esclavitud y la inferioridad de la mujer era casi
universal, donde la superstición y la rivalidad de religiones, con toda clase
de falsas demandas, existían en todo lado".
El Señor aborrece el repudio". El profeta Malaquías con su corazón
quebrantado imploró al pueblo de Dios que dejara esa práctica. La palabra
traducida "repudio" en Malaquías 2:16 no es la palabra hebrea para divorcio, sino
shalach, repudiar. Escuchemos a Malaquías cómo responde a los líderes que
preguntaban: “¿Cómo hemos cometido abominación en Israel y profanado la
santidad del Señor?”
"Mas diréis: ¿Por qué? Porque Jehová es testigo entre ti y la mujer de tu
juventud, con la cual has sido desleal, aunque ella era tu compañera y la
mujer de tu pacto.
"No los hizo él un solo ser, en el cual hay abundancia de espíritu? ¿Y por
qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues,
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en vuestro espíritu y no seáis desleales para con la mujer de vuestra
juventud.
"Porque dice Jehová, Dios de Israel, que él aborrece el repudio, y al que
mancha de maldad su vestido, dijo Jehová de los ejércitos. Guardaos, pues,
en vuestro espíritu y no seáis desleales" (Malaquías 2:14-16).
Y vino Jesús, ¡y sus palabras no niegan sus acciones! Él dijo, "Todo el que
repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la
repudiada del marido, adultera” (Lucas 16:18). ¡Todo el que hace esto comete
adulterio! Esta práctica era cruel y adúltera, pero no era divorcio.
Esta palabra del Nuevo Testamento, traducida en la versión Reina Valera
como "repudio", es una forma de la palabra griega apoluo. Esta es la palabra en
griego, la lengua del Nuevo Testamento, similar a la palabra hebrea shalach
(repudiar).
La palabra hebrea (Antiguo Testamento) para divorcio, keriythuwth, tiene
su equivalente en griego (Nuevo Testamento) con la palabra apostasion. El
Arndt Gingrich Lexicon del Nuevo Testamento menciona el uso de la palabra
apostasion como el término técnico para una carta o escritura de divorcio, y que
se remonta al año 258 a.C.
Apoluo, la palabra griega, que significa dejar de lado o repudiar, no
significaba técnicamente divorcio, a pesar de que a menudo ha sido usada como
sinónimo. En aquella época, de total dominio masculino, el hombre a menudo
tomaba otras esposas y no les daba carta de divorcio cuando las abandonaba y
se casaba con otras. La Ley Judía que demandaba carta de divorcio
(Deuteronomio 24:1-2) era ignorada. Si un hombre se casaba con otra mujer,
¿qué importaba? Si un hombre "repudiaba" (shalach, apoluo) a su esposa sin ni
siquiera molestarse en darle carta de divorcio, ¿quién lo objetaba? ¿la mujer?
Pero Jesús sí tenía algunas objeciones. Jesús mostró amor por las
mujeres maltratadas, dijo que será más fácil es que pasen el cielo y la tierra,
que se frustre una tilde de la ley” (Lucas 16:17). Y añadió: “Todo el que repudia a
su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del
marido, adultera” (Lucas 16:18).
La diferencia entre "repudiar" y "divorciar", entre apoluo y apostasion es
abismal. Apoluo indica que la mujer quedaba como esclava, repudiada, sin
derechos, sin recursos, desprovista del derecho básico al matrimonio
monógamo. Apostasion significaba, en cambio, que ese matrimonio terminó y
que se permitía un subsiguiente matrimonio legal. Ese pedazo de papel hace la
diferencia. Y la mujer que era sacada de su casa podría casarse con otro hombre
(Deuteronomio 24:2). ¡Esa era la Ley!
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Existen otros pasajes, aparte de Lucas 16:17-18 (arriba), en los que Jesús
habló de este asunto. Están: Mateo 19:9, Marcos 10:10-12 (en donde habla de
que Jesús dejo sentada la misma ley para la mujer que para el hombre), y Mateo
5:32. Jesús usó alguna forma de la palabra apoluo once veces en estos pasajes.
En todos los pasajes Jesús prohibió el repudio, apoluo. El nunca prohibió dar
carta de divorcio, apostasion, requerida por la Ley.
Mateo 19:3-10 registra a los fariseos tentando a Jesús sobre este asunto.
Le preguntan: "¿Está permitido al hombre repudiar a su mujer por cualquier
cosa?” Jesús les responde que el matrimonio es una relación permanente, y
concluye: “…por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre (Mateo 19:6).
Ellos entonces le preguntaron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés darle carta
de divorcio (apostasion) y repudiarla? (Mateo 19:7). Jesús contestó: "Por la
dureza de vuestro corazón" (Mateo 19:8). Los hombres de duro corazón
repudiaban a sus esposas y tomaban otras considerándose divorciados, pero
dejaban a las repudiadas en el desamparo, privadas de ese derecho humano
básico. Los derechos humanos parecían existir sólo para los varones en esos
días. ¡Jesús cambió las cosas¡ El demandó obediencia a la Ley. El demandó
derechos iguales en el matrimonio para la mujer. ¡¡La gracia abundó con
Jesucristo!!
Jesús dijo a esos hombres que repudiar a su esposa y casarse con otra
era adulterio. ¡Adulterio! La Ley (Deuteronomio 22:22) pedía la pena de muerte
para el adúltero, sea hombre o mujer. Ese fue un trago amargo para los hombres
que hacían con sus esposa lo que querían. Mateo 19:10 registra la reacción de
sus discípulos: "Si es así la condición del hombre con su mujer, no conviene
casarse". Ellos no vivían en una cultura que esperaba que el hombre viviera con
sólo una mujer de por vida, mucho menos que se le diera a la mujer iguales
derechos si el matrimonio fallaba.
¿Cómo fue que empezamos a leer: "todo aquel que se divorcia de su
mujer" en aquellas citas en las que Jesús literalmente dijo: "todo aquel que
repudia o abandona a su mujer?
Parece que en algún momento apoluo fue traducido erróneamente como
"divorcio" y allí comenzó la confusión. Algunas versiones en castellano, como la
Biblia Dios Habla Hoy y las traducciones católicas, usan casi siempre “divorcio”
en vez de “repudio”. La única versión consistente en mantener “repudio” (en
Malaquías y en los labios de Jesús) es la versión Reina-Valera (RV60, RVR95).
¿Sería la carta de divorcio, como indica Deuteronomio, la solución a la
práctica cruel de "repudiar"? El capítulo 24 de Deuteronomio es una evidencia de
que el Dios que oyó los lamentos del pueblo en Egipto y les proveyó liberación
de su esclavitud, también oyó las súplicas de las mujeres que estaban
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esclavizadas y les dio liberación por medio de la trágica necesidad de la carta de
divorcio. Trágica porque termina con algo que nunca debe terminar, el
matrimonio; necesario para proteger a las víctimas de aquellos que no obedecen
las reglas del creador, el Dios Todopoderoso. Necesaria, originalmente, porque
el hombre "repudiaba" a su mujer, dejándola atrapándola en matrimonios
ilegales, múltiples y adúlteros.
El Divorcio es una tragedia
El divorcio es un privilegio, provisto como correctivo para situaciones
intolerables. Es un privilegio que puede ser, y a menudo lo es, abusado. El
divorcio no es un cuadro bonito en la mayoría de los casos. Soledad, rechazo,
un sentido profundo de haber fallado, pérdida de su auto estima, crítica de los
familiares, problemas en el cuidado de los hijos, desacuerdos sobre los bienes a
repartirse y muchos otros problemas que afrontan los divorciados.
El divorcio puede ser más traumático que la muerte de un camarada. La
muerte del cónyuge es duro de sobrellevar, pero un esposo/a fallecido/a no
vuelve a aparecer. Normalmente el divorciado vuelve y así prolonga y renueva el
duelo. El divorcio sigue siendo lo que fue en el tiempo de Jesús: una solución
parcial a una situación seria y cruel. Y puede ser la única solución razonable.
Puede ser necesaria pero ¡siempre es una tragedia!
Quizá podamos prevenir algunos divorcios apretando las leyes en contra
del divorcio o mediante prohibiciones religiosas, pero tales acciones no
previenen matrimonios rotos. Cuando las parejas permanecen unidas sólo por la
preocupación de la notoriedad requerida por las leyes de divorcio, o por "la
seguridad de los hijos", puede resultar en tragedia. Desastrosos triángulos
matrimoniales, crueldad doméstica, abuso de niños, homicidio y suicidio son
algunas de las consecuencias documentadas de matrimonios que han fallado
pero no han terminado. ¡Que opción tan terrible! Un hogar roto es una tragedia,
pero nunca olvidaré a un hombre joven que puso una pistola en su boca y
terminó así su matrimonio. Fue su alternativa al divorcio. Su iglesia había
prohibido el divorcio.
Nuestra alta tasa de divorcios no es el verdadero problema. El fracaso en
los matrimonios viene primero, luego el divorcio. La tasa de divorcios es
solamente un indicador de nuestra alta tasa de malos matrimonios. Para corregir
esto debemos hacer más que solamente predicar contra el divorcio. Será algo
más difícil. Es fácil predicar contra el divorcio, pero le será difícil a la iglesia ser
constructiva en proveer preparación para el matrimonio y reforzar los
matrimonios. ¡Aquí está nuestro desafío!
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¿Puede una persona divorciada ser ordenada como diácono o pastor? El
Apóstol Pablo, un hombre educado, conocía la palabra griega para divorcio
(apostasion) y conocía su cultura. El también sabía que Cristo aceptaría a
cualquiera, aún a él, “el primero de los pecadores" (1 Timoteo 1:15). Es
incuestionable que algunos de los primeros convertidos tenían múltiples
esposas, esclavas y concubinas. Cada una de esas relaciones, que tenían el
bonito título de poligamia, era adulterio. Pablo rechazaba a tales cabezas de
hogar como líderes de la iglesia. El mandato de dar carta de divorcio en
Deuteronomio 24 limitaba al hombre a una sola mujer y además prohibía la
poligamia y el inherente adulterio. Pablo parece coincidir plenamente cuando
dice: "Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola
mujer" (1 Timoteo 3:2). El rechazaba la poligamia, no el divorcio.
A pesar de serios abusos, la Ley del Divorcio en Deuteronomio 24, tiene
aún validez. El divorcio es una acción radical a problemas maritales
insuperables. Termina con toda esperanza de que el matrimonio se conserve y
declara públicamente que el matrimonio ha fallado. Este momento de verdad
puede ser sanador. Pecados relativos a esta falla deben ser confesados. "Si
confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos
de toda maldad" (I Juan 1:9) y esto también incluye perdón para las fallas en el
matrimonio.
Al contrario del repudio, la carta de divorcio, que demandaba la Ley,
proveía un grado de dignidad humana para mujeres sujetas al abuso, a la
poligamia adúltera y al capricho de los hombres de duro corazón. No era un
caprichoso y débil "¡Te repudio!”. El divorcio declaraba la terminación legal del
matrimonio, impedía cualquier cargo de adulterio o bigamia si cualquiera de las
partes volviera a casarse. El divorcio rompe todos los lazos maritales y todo
control del cónyuge anterior. El divorcio demandaba estricta monogamia,
impedía la terminación unilateral y preservaba el derecho básico de casarse. El
divorcio hace lo mismo hoy en día. Abandono, negligencia, deserción, o lo que
quiera llamar al corazón duro que deja a su esposa por otra mujer, sin
divorciarse, estuvo y está prohibido por el mismo Señor Jesucristo (Mateo 19:9,
Mateo 5:32, Marcos 10:11-12, Lucas 16:18).
Durante siglos muchas comunidades cristianas han interpretado estas
enseñanzas de Jesús como:
1) El divorcio está absolutamente prohibido, o mejor, está permitido
solamente en el caso de que se admita o compruebe adulterio.
2) A una persona divorciada no se le permite casarse de nuevo.
3) Una persona divorciada que se casa nuevamente vive en adulterio.
4) Una persona que se divorcia no puede ser ordenada como diácono o
pastor.
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Cada una de estas creencias están erradas. Las tres primeras son
contrarias a la Ley de Moisés y están basadas en pasajes en los cuales Jesús ni
siquiera usó la palabra griega para divorcio (apostasion). La cuarta está basada
en un pasaje en el cual Pablo no la usó. La palabra que usó Jesús fue apoluo,
"repudio". Fue el problema que él trató, no el divorcio.
Una persona divorciada requiere tener mucha gracia y determinación para
servir en una iglesia que mantiene las cuatro posiciones mencionadas arriba.
¿Cómo puede ser posible esto cuando la iglesia es el cuerpo de Cristo en la
tierra para funcionar y servir como Él lo hizo en persona?
Cristo, quien una vez lloró sobre Jerusalén, al mirar la iglesisa desde el
cielo ha de llorar por nosotros. Él llamó a Simón el Zelote, un radical anti -
romano, y a Mateo, un cobrador de impuestos para Roma, un par incompatible, y
los puso a trabajar juntos en Su reino. Jesús fue a Samaria y se reveló a una
mujer con vergonzosos antecedentes de fallas matrimoniales, y la envió a
compartir la revelación de Dios en Cristo como si ella fuera cualquier otra
persona. Él ha de llorar cuando ve que nosotros desperdiciamos el tiempo
tratando de decidir a quien podemos prohibir de servirle en su iglesia.
Jesús abiertamente ministró a todos los que venían a él. Sin embargo,
muchos de nuestros amigos divorciados temen venir a nuestras iglesias. Ellos
saben lo que enseñamos que la Biblia dice acerca del divorcio. ¿Podemos tener
la razón y estar tan opuestos a Cristo? ¿Son nuestras interpretaciones
tradicionales las que nos separan de la gente a la que Cristo habría recibido? Si
es así, estamos equivocados. El vino a salvar a pecadores. Las únicas
personas a quienes siempre rechazó fueron los que querían justificarse a si
mismos, los religiosos "justos". ¿Es correcta nuestra comprensión de sus
palabras si no concuerdan con su vida? Las personas divorciadas ¡son personas
verdaderas! Por siglos las iglesias las han excluido de la comunión y del
servicio, del gozo y de la igualdad, incluso de la salvación; gente por la que
Cristo murió. Si es o no el divorcio un pecado, ¡ésto sí que lo es! Que el Señor
nos conceda la gracia de ministrar la gracia que llega por Cristo Jesús a los
divorciados.